Delicioso como un helado de chocolate con trocitos. O como una paella de marisco a la orilla del mar, o como un vaso de coca cola con hielos bien fresquito… Porque si unimos el helado, la coca cola y la paella, tenemos como resultado cómo he pasado el findesemana, en Valencia, divinamente… y una gran ingrediente de este gran menú ha sido: WALL-E.
Me encanta la animación, y me encanta Disney. Con estas premisas, podría pensarse que no soy objetivo al comentar la última película de Pixar para Walt Disney Studios. Objetivo o no, después de ver Wall-E no puedo más que decir que es absolutamente delicosa. Increíble historia de amor, amistad y superación con muy pocas palabras y muchos gestos. Porque me quedé bobo mirando a ese robot, sintiendo todo lo que un cuatro latas puede sentir, o al menos lo que nos transmite que siente: gestos, miradas o sonidos… ni una palabra. Magnífico. Amo a ese robot. Creo que Pixar se ha superado así mismo, como siempre suele hacer, y la expresión y humanidad que ha conseguido en Wall-E es infinitamente superior a la que en su día consiguió con Cars o Toy Story. Ves a ese robot y luego a Eve… y te dan ganas de comertelos.
Los humanos son grandiosos, nunca mejor dicho, y los que aparecen en las imágenes holográficas son absolutamente reales. Si algún experto lee esto, que me diga si esas imágenes son reales o no porque no fui capaz de distinguirlo. Y es que la maestría visual de los chicos de Pixar es inagotable. Todo parece tan real… que asusta pensar que en unos años podamos vivir en una tierra como la que retrata el film.
La banda sonora es super simpática, clásicos de toda la vida incluídos con maestría en el desarrollo de la historia.
Alguien me dijo una vez en un comentario de este blog que yo no soy nadie para recomendar una película. Pues me da igual. Pero acabo de ver una película que encarecidamente recomiendo.